We are dying inside.

Mis dedos bailan dentro del agua. Miro mi reflejo. Frunzo el ceño. La persona que se refleja en el agua luce triste. Su mirada lo dice. El dolor y la tristeza lo inunda todo. El agua se vuelve oscura. Saco los dedos y observo. El agua sigue oscura, de un color negro, y rosas marchitas aparecen flotando. Qué imagen más triste. 

Los pétalos hacen una suave danza y desaparecen. Las lágrimas caen de la chica del agua. Parece rota por dentro. Me acerco más al agua y ella hace lo mismo. Sus labios están secos, su nariz roja, y sus ojos están apagados. Cierra los ojos y miles de lágrimas brotan. Alza su mano y lentamente la estira. Como si pidiera a gritos que alguien mirara dentro de su alma. Como si quisiera que yo juntara la mía para adentrarme en ella. Sus ojos se abren. Y dentro de ellos se pueden leer miles de historias tristes, dolorosas, desgarradoras. ¿Por qué no luchamos contra nuestros propios demonios? Quién sabe. A lo mejor no es tan fácil. El miedo es uno de los depredadores más fuertes. 

Sus labios están sellados, como si alguien se los hubiera cosido para nunca jamás pronunciar ni una palabra. Todo su ser pide ayuda. Sus movimientos son lentos y frágiles. Una lágrima se me resbala. 

Abre la boca e intenta pronunciar algo que se pierde en el silencio. Todo es tan sobrecogedor. La verdad es que esa chica me suena. Se parece a alguien a quien conozco muy bien. Un grito me sobresalta. Es hora de irse. Dirijo una mirada rápida hacia la chica del reflejo. Me mira con mis mismos ojos. Y se va a la vez que yo. Me quedo parada en mitad del camino. Y es entonces cuando me doy cuenta. Es cierto. Nuestro reflejo, es el reflejo de nuestra alma. De nosotros mismos. Algo que escondemos en silencio. Y que cubrimos con un velo.